Fragmentos y vínculos
Abstract
No temo por los destinos de la literatura y confío en el futuro del libro en papel: los dos, creo, tienen por delante un largo camino juntos. Otra cosa es cómo veo ese horizonte desde unas jornadas sobre la educación, concretamente bajo el rótulo de “La lectura en la sociedad de la información”, y en la perspectiva de la literatura y los libros que me atañen más de cerca, vale decir, los clásicos españoles. (Una acotación: por clásicos entiendo, con palabras de Frank Kermode, pero no exactamente con el mismo alcance,“old books which people still read”, unos libros que son ya viejos, que no son la omnipotente novedad del mercado, y que sin embargo siguen leyéndose, trátese de La Celestina o de Volverás a Región.) Hacia 1960, los programas del bachillerato empezaron a prescribir la lectura de textos literarios, antiguos y modernos, en un grado superior y en una medida más intensa de lo hasta entonces acostumbrado en la posguerra.
No sé con qué planes de estudio ni con qué ministerio ocurrió ello, pero sí que en 1958 yo acabé la enseñanza secundaria sin haberlo catado, mientras poco después corrían por todos los centros los tomitos de la “Biblioteca Anaya”. La colección, dirigida por Fernando Lázaro y Evaristo Correa, se deja explicar como una vuelta a la senda que habían abierto la “Biblioteca Literaria del Estudiante” del Instituto-Escuela y los “Clásicos Ebro” animados mayormente por José Manuel Blecua, pero es más ajustado contemplarla como el comienzo de una nueva época en la que los textos primarios ganaron un espacio inédito en las aulas de lengua y literatura.